Sabemos que el Sol se formó hace unos 4.600 millones de años
y, con él, todos los planetas y objetos que componen el Sistema Solar. Por lo
que hemos observado en otros lugares de la Vía Láctea, parece que todo comenzó
hace mucho, mucho tiempo, en una nebulosa
La hipótesis nebular
La
explicación más aceptada para la formación del Sistema Solar es la
hipótesis nebular. Según ella, el Sol, los planetas y todos los objetos del
Sistema Solar se formaron a partir de material nebuloso hace miles de millones
de años. Aunque originariamente esta hipótesis se planteó solo para el origen
del Sistema Solar, hoy en día es aceptada en general para explicar cómo se
forman todos los sistemas estelares del universo.
Todo comenzó
con una nube de gas y polvo molecular. Una nebulosa.
Hace unos 4.570 millones de años, algo provocó que esa nube colapsase sobre sí
misma. Quizá fue el paso de una estrella cercana, o la onda de choque provocada
por la explosión de una supernova,
pero el resultado es que el centro de la nube experimentó un colapso gravitacional
que desencadenó un proceso que terminó con la estabilidad de aquella región.
Fue un factor desequilibrante. Como una especie de reacción en cadena.
En ese colapso, se comenzaron a formar acumulaciones de
polvo y gas en regiones cada vez más densas. A su vez, a medida que esas
regiones se hacían más densas acumulaban más y más materia. La conservación del
momento angular provocó que comenzase a girar, y el aumento de presión provocó
que se calentase. La mayor parte de ese material terminó en una esfera en el
centro de la región, mientras que el resto de la materia se acumuló y acható en
un disco que giraba a su alrededor. La bola del centro se convirtió,
eventualmente, en el Sol, y el resto del material se convirtió en algo a
lo que llamamos disco protoplanetario.
Los
planetas se formaron por la acreción de ese disco. El polvo y el gas
gravitaba conjuntamente y se unió para crear objetos más grandes. Como sus
puntos de ebullición son más altos, sólo los metales y silicatos podían existir
en forma sólida cerca del Sol, y fueron los que eventualmente dieron lugar al
nacimiento de los planetas terrestres: Mercurio, Venus, la Tierra y Marte. Como los
elementos metálicos sólo eran una pequeña fracción del total de la nebulosa de
la que surgió el Sistema Solar, los planetas terrestres no podían tener un
tamaño demasiado grande.
En
contraste, los planetas gigantes: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, se formaron más allá del punto entre las órbitas
de Marte y Júpiter en el que el material es lo suficientemente frío como para
permtiir que los compuestos volátiles de hielo sigan en estado sólido. Los
hielos que formaron estos planetas eran más abundantes que los metales y
silicatos que dieron lugar al nacimiento de los planetas
interiores terrestres, permitiendo que fuesen lo suficientemente masivos
para capturar grandes atmósferas de hidrógeno y helio. Los restos que quedaron
de la nebulosa y que nunca se convirtieron en planetas se congregaron en
regiones como el Cinturón de Asteroides, el Cinturón de Kuiper y la Nube de
Oort.
En
50 millones de años, la densidad del hidrógeno y su presión, en el centro de la protoestrella fue lo suficientemente grande para
desencadenar la fusión termonuclear. La temperatura, ritmo de reacción, presión
y densidad aumentaron hasta que se alcanzó el equilibrio hidrostatico (es
decir, la fuerza de la gravedad está en equilibrio con la propia presión
del objeto). En ese momento, el Sol se convirtió en una estrella en secuencia
principal. Su viento solar creó la heliosfera y barrió los restos de polvo
y gas que todavía quedaban del disco protoplanetario, expulsándolos al espacio
interestelar y concluyendo el proceso de formación planetario.
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